domingo, 12 de septiembre de 2010

Balones de playa en septiembre, ese codiciado objeto del deseo.

Madrid, 11 septiembre, 2010. Noche en blanco.

Estoy con un grupo de lituanos y un par de españoles. Hemos cenado en un restaurante chino y nos parece bastante gracioso este asunto de los balones de playa, así que decidimos ir a echarle un vistazo. Estamos en Plaza de España y disfrutamos por supuesto de la maravillosa Gran Vía sin coches, ¡espectacular!

Son las 22.30.
Vamos subiendo y llegamos a Callao. Empezamos a ver a personas con pelotas de playa, y empezamos a temernos lo peor. Por suerte, son pocas las personas que las llevan.
Llegamos a la Plaza de la Luna, donde han puesto césped y macetas que por supuesto la gente se lleva. No voy a hacer juicios de valor porque ignoro si la finalidad de esa actividad es regalar plantas. Por supuesto la plaza (como siempre) apesta a meado. Entre los yonkis del crac, los borrachos dormidos, los sintecho (habitantes habituales de la plaza), las prostitutas, los viejos mirones, los chulos y los olores nauseabundos (India´s training), niños, adolescentes y treintañeros pasean y corretean.. con balones de playa.
El asunto iba in crescendo, ya se veían grupos de 4 personas con 10 balones (por grupo).
Seguimos andando, nos compramos unas latas de cerveza. Por supuesto hay mil millones de chinos, vendiéndolas. También hay pakistaníes y novedad: la crisis parece que ha empujado a muchos españoles al negocio de la venta ambulante y no sólo te venden cervezas, sino ¡cubatas! Chiringuitos móviles compuestos por patrón, barman y camarero consdensados en una sóla persona, una mochila y una bolsa de llevar congelados para los hielos. Me parece estupendo, hay que saber moverse y sacarse las castañas del fuego.

Estamos ya en la plaza de San Ildefonso. Ya casi todo el mundo lleva balones de playa. Los lituanos están muy entretenidos con la situación, les explico que en España hay algo que sabemos hacer muy bien: robar. Ya sean balones de playa que no valen nada y que no valen para nada en una ciudad sin playa a mediados de septiembre. Les conmino a que tengan cuidado con sus carteras.

Llegamos a la plaza del 2 de mayo. Es genial la idea. Allí donde un día se batieron a sangre y fuego Ruíz, Velarde y Daoíz (amén de muchos valerosos ciudadanos madrileños), cientos de personas (¿quizá miles?) estaban en plena batalla campal palmeando un pequeño sinfín de balones de playa, que iban desapareciendo por momentos.

Lo que no llegamos a ver, debido al ladronicio del gen español.


Nos metemos en el meollo. La gente va saliendo con balones a tutiplén. Se hacen fotos con sus ridículos trofeos de caza. Están deshinchando balones para llevárselos, incluso. Y no, no hablo de los típicos viejecitos de los paraguas del FITUR, hablo de gente joven, para la que el precio de ese balón es irrisorio (60 cnts), que deberían tener la suficiente sesera como para saber que hoy (al día siguiente) ese balón iba a ser un trasto a almacenar que iba a acabar en la basura y que debía saber (o quizá no les alcanza) que sin balones se acababa la fiesta, como muy bien decíamos la gente que les increpábamos.

La cara de la vergüenza se me hubiera caído del todo de no ser por esto, por los que "robaban" balones a los ladrones para devolverlos a la algarabía general, los que decían "son para jugar, no para robar", los que según les venía, le daban de nuevo el manotazo para que otros siguiéramos disfrutando. Los que se lamentaban de lo pronto que se acabaría la fiesta porque desaparecían los balones exponencialmente.

Y me fui. Apenas quedaba nada, salvo vergüenza ajena de mis paisanos.

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